Palazzo Massimo de Pirro, Roma

Estoy leyendo un libro que se llama Historias de Roma, escrito por el periodista Enric González. Acabo de empezar, pero imagino que me dará momentos tan agradables como los que sentí al leer su Historias de Londres. El autor ha sido corresponsal en éstas entre otras ciudades (de hecho tiene otro Historias de Nueva York que está en mi lista de lecturas futuras).
En el primer capítulo describe el lugar donde vivió en Roma, el Palazzo Massimo de Pirro, número 145 de Corso Vittorio Emanuelle, y después de leer la descripción de un laberinto de escaleras y columnas, al intentar ver imágenes en Internet no sólo las he encontrado sino que he visto las imágenes de un apartamento en alquiler en dicho lugar, que bien podría ser el que habitó el escritor, y si no lo es, es una forma un poco más original y romántica de alojamiento para mi próximo viaje a Roma.
Los cimientos del Palacio asientan sobre la que fue la grada sur del estadio de Domiciano, que es lo que hoy llamamos Piazza Navona. La Piazza Navona, además de ser bellísima, fue el lugar donde se desarrollaban los Naumachie, unos juegos navales en los que se inundaba la plaza en las noches del mes de Agosto, algo increíble de creer cuando se pasea por la hermosa plaza de las tres fuentes.




Así empieza Historias de Roma:

En casa, es decir, en Palazzo Massimo, teníamos capilla. Y campanario. Eso me impresionaba. Me hacía sentir importante, como un cardenal o un torero. Cada 16 de marzo sonaban las campanas para conmemorar un milagro ocurrido tiempo atrás en el palacio. El de Palazzo Massimo, conviene subrayarlo de antemano, fue un milagro extraordinariamente sutil. El 16 de marzo de 1583, en una de las estancias, murió el joven Paolo Massimo. La familia fue a buscar a Felipe Neri, al que llamaban, con las explosivas labiales del romanesco, Pippo bbono, para que resucitase al chico. El futuro santo salpicó el cadáver con agua bendita e hizo sus invocaciones, hasta que el joven Paolo abrió los ojos, recobró la vida y se incorporó en el lecho. ¿Saben qué dijo el resucitado? Que muchas gracias, pero que prefería volver a morirse. Y falleció otra vez. Ese milagro ambiguo, tan abierto a interpretaciones, podría ser una parábola sobre Roma: viva y muerta, esforzada e indolente, teatral e indescifrable. 
San Felipe Neri, natural de Florencia pero afincado en Roma, estaba bastante especializado en prodigios extraños. Una de sus hazañas más célebres ocurrió en 1544, cuando tenía treinta años. Rezaba a Dios para que le concediera un gran corazón y Dios le concedió un corazón enorme. Según la tradición, el corazón de san Felipe se hizo tan grande que se le rompieron las costillas. Uno se pregunta qué tipo de relación mantenían exactamente Dios y san Felipe Neri.




1 comentario:

  1. Me encanta que diga en el libro que la casa no tenía ningún sentido pero que se enamoró de ella.

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